En 1957, el equipo de béisbol Los Dodgers decidió mudarse de Brooklyn a Los Ángeles. Como lo ha recogido el escritor estadounidense Paul Auster, fue un golpe para todos los hinchas de ese equipo y para la ciudad de Nueva York. Para colmo, en ese mismo año se fueron los Gigantes, de Manhattan, a San Francisco.
Ambos equipos, fundados en 1883, estaban impregnados en el sentimiento de miles de neoyorquinos que tenían, además, otra certeza: jamás alentarían a los Yankees, por más 17 series mundiales que ganara hasta entonces, cuando los Gigantes habían logrado cinco y Los Dodgers apenas uno.
En agosto de 1997, Eduardo Galeano visitó Quito y habló de fútbol con el técnico de la Selección de ese entonces, Francisco Maturana, y el poeta Jorge Enrique Adoum. Dijo que la gente se hace hincha de un equipo ganador. Y tiene razón. Un niño en Argentina era hincha de Huracán por herencia familiar. No tenía más de cinco años. Llorando, un día dijo que quería ser de Boca Juniors porque siempre ganaba y Huracán, nunca. Su padre tuvo que resignarse y reconocer que con él terminaba una tradición que nació con su abuelo.
Pero esa no es una lógica que siempre funcione. En el deporte, las hegemonías pueden ser despreciadas. Ocurre frecuentemente que esos equipos que ganan todo, si bien van sumando hinchas, también generan odios radicales porque tienen poder. Y no todo el mundo quiere ni puede aliarse con el poder. Barcelona, por ejemplo, tiene la mayoría de hinchas del país, pero habría que ver cuántos lo detestan seriamente.
Es el caso de los Yankees. Y aquellos que se quedaron sin equipo debieron esperar hasta 1962, cuando se fundaron los Mets, en Queens, para sentir que tenían algo a qué aferrarse durante los agobiantes veranos neoyorquinos, aunque solo hayan ganado dos Series Mundiales, y los Yankees, 10 más.
Algo análogo está viviendo el fútbol ecuatoriano con Independiente del Valle. Aún no es un equipo con una gran cantidad de hinchada, aunque cuentan que nuevas generaciones de sangolquileños ya llevan varios años pidiendo una camiseta del club.
Se ha dicho hasta la saciedad que los logros en estos últimos años es por su modelo de club y de negocios (detalle este importantísimo). Independiente trajo el fútbol contemporáneo al país. Y no solo trabaja con hombres, sino fuertemente con niñas y mujeres. Independiente tiene un concepto futbolístico. Y los mejores partidos eran contra la Católica: eran -disculpen el atrevimiento- lo más cercano a lo europeo; al menos no tener miedo es mejor que esa tilingada de imitar las barras bravas argentinas. Se trata simplemente de ver buen fútbol.
Si nos alejamos de pasiones, era solo cuestión de tiempo ser campeón. El problema es que el fútbol no se puede ver sin pasión. Adoum decía que siempre había que tomar partido. Y quizá tenga razón. Hay un sujeto en el fútbol, y que aparece notoriamente en los mundiales, al que me atrevo a calificar de “hincha piadoso”, que no es otra cosa que preferir que gane el equipo débil: el ‘matagigantes’.
Cada cuatro años, el hincha piadoso se inclina sobre todo hacia los africanos: Camerún, Nigeria y Senegal nos llenaron con la ilusión de que era posible romper la hegemonía europea y sudamericana. No es solamente porque jugaban lindo, sino también por un sentimiento de contrapoder.
Algo así ocurrió en el 2016. Devastados por el terremoto, Independiente llegaba a la final de la Copa Libertadores derrotando a los poderosos Boca Juniors y River Plate.
Como Independiente no tenía una tradición ni clásico rival, todo el país quiso que fuera campeón, menos los de la Liga, que quieren permanecer como el único equipo ecuatoriano en levantar la Copa. Pero no solamente fue por lo deportivo, sino lo humanitario: la recaudación de los boletos irían a los damnificados del sismo. Y el estadio se llenaba.
No había mejor forma de ganar el corazón de los ecuatorianos. Pero el modelo de Independiente del Valle aparece justo cuando los otros equipos de Pichincha están en una verdadera crisis; algunos con serios riesgos de desaparición.
Cuenta la leyenda que cuando El Nacional se convertía en el ‘bi-tricampeón’, se robó a muchos hijos de auquistas. “Mi viejo es del Aucas, pero yo soy de la Liga”, dicen. ¿Qué pasará con los hijos e hijas de hinchas del D. Quito y de El Nacional? ¿Se harán de Independiente? Es posible; y los mismos padres -en el caso no deseado de la desaparición de sus equipos- también, para acompañarlos al estadio. Y seguramente deban decir: soy un hincha de porquería, pero un padre ejemplar.